Resulta que, como quien deja un par de culantros, los javaneses son todos familia. O casi, porque todas las personas que me presentaron, eran primos, sobrinos, tíos o padrinos, increíblemente, nadie tiene defectos genéticos, o al menos lo disimulan muy bien.
Ya anunciado el inicio, puedes acercarte a reclamar tu plato de comida. Para esta fiesta, según me indicaron, se hicieron mil platos, que para 300 personas, me pareció un poco exagerado, aunque después cambié de opinión, cuando me comí mi tercer plato, entonces saqué cuenta, y si habían otros 250 como yo, muy bien podría quedarse corta la guarnición.
Era hora entonces de la atracción principal: el Djarang Kepang. Todos los invitados salen al patio y se agrupan en un semicírculo de unos cincuenta metros, en el extremo central, está un grupo de músicos acompañados de un tambor y una gran cantidad de marimbas con laminas metálicas, que al golpearlas asemejan el sonido, un poco sordo, de una campana. Me apresuré a apuntar el nombre de tan extraño acontecimiento, mientras empezaba el canto un poco sedante de los instrumentos. Este ritual consiste en la representación de diversos animales en un periodo de una hora, justo antes del atardecer. Pero aguarden, no es así tan fácil como representar un animal (como yo por ejemplo, que hago bien la rata). Es preciso entrar en un trance provocado por una especie de Shaman (que ellos llaman Gambuh) y la ingesta de sustancias cuyo nombre no me atrevo a pronunciar (pero que parecian perfumes y polvos). Estos personajes, unos diez, salen en una fila simulando que cabalgan en armonía, unos con máscaras, otros con un disfraz de leopardo. Y asi, atraidos por la música cada vez mas penetrante y rítmica, quedan seducidos en una especie de encanto tradicional. El Gambuh entonces los alimenta con hierbas, huevos crudos, cocos con cáscara que son pelados con los dientes mismos, y pasan por diversas personificaciones; monos, jabalíes, culebras y varios otros. En algún momento fue visible y tangible la fuerza del ritual, y es que entre gritos y muestras fue oscureciendo sin aviso, entregando a los espectadores un perfecto sitio de sus mentes y muecas. El ritual finaliza con un grupo de hombres golpeados físicamente por las personificaciones, y emocionalmente por el trance provocado.
Me costó un poco volver a la realidad, pero entre cervezas, charlas, y la música hipnotizante que siguió tocando las siguientes 5 horas, fue preciso despedirse del cumpleañero y agitar un poco el cajón de la incertidumbre.